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Gucci o Leo?

¿Adivina qué es lo que pienso mientras camino por las calles de Milán? ¡No, no es sólo Gucci, Prada o Ferragamo! Es cierto que detenerse delante de las vitrinas de las tiendas es algo inevitable por aquí, pero en esta oportunidad no voy a hablar de moda; hablaré de un ex habitante de lujo que tuvo Milán en el pasado: ¡Leonardo da Vinci! Como estaba contándote, voy caminando por las calles de Milán, deteniéndome a cada vitrina, pero no dejo de pensar: qué increíble es el hecho de que él haya vivido aquí cerquita ¡y de que muchos de esos edificios que estoy viendo ahorita son los mismos que él veía alrededor del año 1490! América Latina todavía era una selva y todo esto ya existía – ¡excepto Gucci!


Igual que Gucci y Ferragamo, Leo (¡entre amigos!) también vino de la Toscana. Él nasció en 1452, en un pueblo cercano a la ciudad de Florencia, llamado Vinci. Para nosotros, haría más sentido decir ¨Leonardo de Vinci¨. Mientras todavía era adolescente, se mudó a Florencia con su familia paterna. No hay mucha información sobre su madre; sólo que se llamaba Caterina y que era una campesina o una esclava. En Florencia, recién comenzaba una época extraordinaria para las artes y la ciencia: el Renacimiento. Me encanta ese período, pero voy a detenerme; de lo contrario, no escribo un texto, ¡sino un libro!


Cuadro típico Medieval: esto es un bebé...

Sólo voy a decir algo fundamental para expresar la dimensión del cambio: si ves a una pintura con un niño con cara de viejito, personas pálidas, delgadísimas y sin una expresión de volumen o profundidad en el dibujo, es arte medieval. Sin embargo, si ves a un bebé muy lindo, gordito, cachetes rosaditos, colores fuertes y perspectivas, ¡es renacentista!

Leo fue muy importante para el desarrollo de ese proceso y mucho de su contribución se debe a los estudios de mecánica y anatomía. En realidad, hasta ese momento, era prohibido estudiar anatomía. Con los grandes artistas (¿te acuerdas de las tortugas-ninja? Michelangelo, Donatello, Raphael y Leonardo son los nombres de grandes artistas del Renacimiento Italiano) y la retomada del ideal artístico de Grecia y Roma Antiguas, en paralelo con el avance de la ciencia, el estudio del cuerpo humano fue ganando importancia y uno de los resultados son esas pinturas – y esculturas – maravillosas.


Otro nivel de pintura! Cuadro de Raffaello Sanzio

Como yo había prometido poca teoría, ¡hablemos de Leo en Milán! En 1495, el Duque de Milán, Ludovico Sforza, también conocido como ¨El Moro¨, empezó a remodela la iglesia de Santa María delle Grazie (donde hoy hay una capilla dedicada a San Martín de Porres y una Imagen de Santa Rosa de Lima, ambos santos peruanos).


La duquesa Beatrice D´Este, esposa de Ludovico Sforza, muerta inesperadamente durante un parto aquel mismo año, había sido enterrada en esa iglesia, por lo que el Duque decidió reformar toda la estructura del convento, incluyendo el comedor de los monjes, para transformarla en el mausoleo de la familia. Para ello, contrató a los mejores artistas de Lombardía y región. Leo era uno de los artistas ¨oficiales¨ de la corte de los Sforza y estuvo encargado de pintar algunos murales. El principal fue la famosísima ¨Última Cena¨: una pintura inmensa – 460 X 880 cm – que ocupa una pared entera del salón que era el refectorio de los monjes.


Iglesia de Santa María delle Grazie - el edificio amarillo es donde está la Última Cena

Se suele decir que la Última Cena es un fresco, o sea, una técnica muy utilizada en aquel entonces: se pintaba por encima del yeso fresco - ¨a fresco¨. ¡Pero, no! Leo utilizó un pigmento muy común en aquella época que se llamaba blanco de plomo, mezclado a los otros colores de pintura al óleo y huevos para generar la consistencia adecuada, todo por encima del yeso ya seco. Como era perfeccionista, tardaba mucho para pintar, cambiaba de idea, borraba y volvía a dibujar, hasta que estuviese todo a su gusto. Así se hacía imposible pintar sobre el yeso fresco.



El otro lado de la iglesia

Imaginemos a Leo vivo: ¡debería ser un personaje! Dicen que siempre tenía una brocha en las manos. Si tenía la idea exacta de lo que haría en determinado momento, pasaba horas y horas trabajando. De lo contrario, ¡desaparecía! ¡Nadie lo ubicaba! Les cuento una anécdota que me enteré a través de una colección de libros sobre Leo que el periódico italiano Corriere della Sera publicó este año (2019) en honor a los 500 años de su muerte. Cuenta Malvaldi, el autor de uno de los libros, que el arquitecto que estaba encargado de la remodelación de la cúpula de la Iglesia de Santa Maria delle Grazie, Donato Bramante (él también diseñó la Basílica de San Pedro), a pesar de buen amigo, fue a hacerle una provocación a Leo, diciendo que en el ritmo que seguía, no terminaría nunca su pintura. Y la genial respuesta de Leo fue: amigo, todavía no pinté la cara de Judas, ¡si sigues fastidiando será la tuya! (¡Sólo podían ser italianos estos dos, muy típico y chistoso!)



Como toda la obra de Leo, la explicación de la Última Cena es sensacional: para empezar, es como si fuera una foto de una obra de teatro porque las expresiones de los apóstoles son muy fuertes, muy marcadas, y corresponden a la descripción exacta de la última cena en la Biblia. Los rostros de los apóstoles quizás sean retratos de nobles de la corte de los Sforza. Como Leo era experto en el juego de luces y sombra, hay posibilidades de que pueda haber utilizado ese tipo de recurso, ya que las imágenes son realmente muy grandes. Un indicio para esa teoría es la imagen de Jesús: como es la única completamente frontal, correspondería exactamente a la posición de Leo al pintarla. Todas las demás están de perfil, ¡o casi!


Según algunos escritos de la época, la pintura original era deslumbrante y de calidad muy superior a cualquier fresco, pero ¿sabes qué pasó? Se oxidó y se malogró debido al plomo, a los huevos y, principalmente, debido al efecto del aire: como el salón era un refectorio, el vapor de la comida y la transpiración de las personas hicieron que los colores se deteriorasen más rápido. En menos de 10 años, ya no había casi nada de la pintura original y 70 años después, eran puras manchas marrones. Lo que salvó la ¨memoria¨ del concepto de la pintura fueron las copias hechas por un monje en aquel mismo año de 1498 o un poco después. La Última Cena sigue siendo lindísima, pero ya no hay nada original en esa pared – ¡con razón me pareció rarísimo que se permitan tomar fotos, generalmente son muy estrictos en los museos!


Castillo Sforzesco, Milán

Leo también pintó otros murales en la iglesia Santa María delle Grazie, pero esos sí, se perdieron completamente. La última restauración de la Última Cena fue hecha entre los años 1977 y 1999; 21 años para restaurar ¡y Bramante reclamando de los 3 años para la conclusión de la original! Actualmente, el cuidado que se tiene es más con el ambiente que con la pintura: el aire que entra al salón es filtrado y hay un control estricto de temperatura y humedad. Pero cuidado, en términos generales, fue lo que faltó a lo largo de los siglos. Fíjate bien en la foto: ¿dónde están los pies de Jesús? En el siglo XVII, decidieron abrir una puerta desde la cocina, que quedaba al costado, para facilitar el transporte de los platos hacia el comedor y ¨adiós piecitos de Jesús¨… Asimismo, en la época que Milán estuvo bajo el control francés, aquel salón era utilizado como establo para los caballos. Los soldados solían ¨jugar¨, tirando tomates en las pinturas. En agosto de 1943, hubo un bombardeo y la parte principal de la iglesia fue destruida. Felizmente, las paredes donde estaban los murales resistieron.


Leo también hizo otros trabajos en Milán: decoró un salón del Castillo Sforzesco y diseñó sistemas de esclusas para hacer con que los canales que cortan la ciudad sean navegables. Fue uno de los pocos grandes artistas reconocidos aún en vida. Un ejemplo de ello es el viñedo que el duque le regaló cuando Leo terminó de pintar la Última Cena, en 1498, y está ubicada al costado de la iglesia de Santa María Delle Grazie. Obviamente que lo que existe hoy no es nada más que un jardín recriado hace algunos años, pero sí existe y dice: Viñedo de Leonardo.

Ello es, para mí, lo más extraordinario de vivir en una ciudad como Milán, con tanta historia y tanta belleza, sea esa belleza producida en 1500 o 2019, en las artes plásticas, en la moda, en la arquitectura, en el diseño de interiores, etc. Pienso que dentro de muchos años, cuando toda nuestra ropa sea impresa en casa, biodegradable, de papel o algo completamente nuevo, las vitrinas de Gucci del siglo XXI también se convertirán en un patrimonio histórico italiano – al final, ¡Florencia no deja de dictar tendencias y Milán, de consolidar lo que hay de mejor en el ¨Made in Italy¨!

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